La memoria colectiva es lo que fija nuestra humanidad en el tiempo y el territorio, sobre todo, es una condición del ejercicio transformador de nuestras libertades que anuda nuestra vida con la de los demás. Por eso, pensar los procesos históricos de México es dejar de pensar en ese “nosotros” que nos enseñó la historia oficial y que siempre excluyó e invisibilizó a las mujeres, a los pobres, a los pueblos indígenas, a los afrodescendientes y a los “extranjeros indeseables”.1
Como destaca María José Esparza, con la consumación de la Independencia “surge la necesidad de personificar la historia por medio de imágenes y de contribuir a conformar la identidad” mexicana.2
En las representaciones visuales de Vicente Guerrero hay cierta insistencia en blanquear al General para hacerlo más parecido al resto de políticos de la época. Parece que para pertenecer a la élite, se debía dejar a un lado el origen afromexicano de Guerrero y ensalzar su papel como militar, pero no como uno más de los insurgentes que en las montañas del sur lucharon por la Independencia, sino como militar de academia, elegantemente vestido.
Así, el origen de Guerrero debía ser ignorado o “blanqueado”. No obstante, por su papel en la política mexicana, Guerrero fue ampliamente representado, pero pocas imágenes recuperan a los afromexicanos anónimos tras la Independencia.3
1 Luciano Concheiro Bórquez, Subsecretario de Educación Superior, discurso para el “Ciclo de Conferencias: Difusión de la Historia”, Ciudad de México, febrero 5 de 2021.
2 María José Esparza Liberal (1994), La cera en México. Arte e historia, México, Fomento Cultural Banamex.
3 María Dolores Ballesteros Páez (2011), “Vicente Guerrero: insurgente, militar y presidente afromexicano”, Cuicuilco, vol. 18 núm. 51.